Reflexiones en torno a la vestimenta tradicional

Joven zapoteca. Foto.- Tina Modotti.
Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario el sábado 07/Sep/2013]

El pueblo zapoteca es milenario. La cultura zapoteca es riquísima. Todo aquello que nos caracteriza como etnia (costumbres, creencias, hábitos, ropa, cantos, etc.) es, de por sí, fantástico. Uno de los aspectos que distinguen a nuestro pueblo y a su cultura es el dinamismo. Los binnizá de hace tres mil años eran diferentes a los zapotecas que construyeron Monte Albán hace dos mil, o a quienes conquistaron la planicie costera del Istmo de Tehuantepec hace seiscientos. Los zapotecas avanzamos, retrocedemos y volvemos a caminar. Siempre innovando. Y si bien, las personas de Monte Albán, Zaachila, Mitla, y Guiengola eran diferentes en tiempo y lugar; eran, a su vez, iguales en una cosa esencial: la identidad, su ‘zapotequidad’. 

La tradición es como una cadena. Mientras más antigua sea esta tradición, más largo será el lazo. Cada generación representa un eslabón de dicha cadena. Y cada generación recibe de forma oral o escrita (las antiguas estelas y códices, constituían este medio) las enseñanzas de sus mayores: su historia, sus mitos de creación, sus fábulas, la forma de preparar la comida, el idioma, la manera de realizar ciertas cosas; en fin, todos aquéllos elementos que los hacen ser lo que son. Pero ningún ser humano es capaz de calcar a la perfección lo que le transmiten; tanto porque es una información enorme (que aumenta conforme pasa el tiempo), como porque cada época se enfrenta a necesidades específicas. Así pues, cada eslabón de esta cadena recibe gran cantidad de conocimientos, a la vez que enriquece su propia cultura con nuevas aportaciones que le brindan la experiencia, la geografía y, asimismo, el contacto con sus vecinos (por ello un zapoteca del Istmo, es diferente en muchos aspectos a un zapoteca serrano o del Valle. Diferentes, pero iguales en origen e incontables elementos culturales). 

En cada aspecto de nuestra cultura que estudiemos de forma aislada podremos verificar el fenómeno. Basta con remontarlos al pasado, una o dos generaciones, para comprobar cómo vamos cambiando, a la vez que seguimos siendo lo que somos: binnizá. 

Sin embargo, y a pesar de esta realidad, existen personas que se ofenden cuando las paisanas incorporan nuevos elementos a nuestra vestimenta. Acusan a las más jóvenes de mancillar el traje regional, o de echarlo a perder. Piensan que lo que actualmente conocemos o lo que conocieron nuestros padres es lo “auténtico”; es decir, lo único válido, descalificando las demás expresiones de nuestra misma cultura y de ese dinamismo del que les platico. ¿Cuánta gente ha criticado el ‘cuello v’? ¿Cuántos se han sentido ofendidos por las innovaciones que paulatinamente hacen las bordadoras tradicionales u otros hermanos que se han dedicado al diseño textil y alcanzado más proyección en el rubro? 

Imaginemos qué pensaron algunas tehuanas, juchitecas o blaseñas hace cien años, cuando comenzó a generalizarse el uso de la enagua. Recordemos que sus madres y abuelas utilizaron ‘enredo’ teñido de colores naturales y huipiles sencillos… No obstante, los elementos novedosos se incorporaron, nos apropiamos de ellos porque los ajustamos y adaptamos a nuestra concepción estética; a nuestra idea de lo bello.

A los puristas se les olvida que el holán, por citar un ejemplo, no se utilizaba hace siglo y medio. Olvidan que el traje del que tanto nos enorgullecemos, también fue, en su momento, resultado de la innovación que algunos criticaron. Pero inclusive, éstos a quienes me refiero, cumplen una función social al impedir, con sus señalamientos, que los cambios sean abruptos. Contribuyen, pues, a que las modificaciones sean graduales y, por esto mismo, asimilables para nuestro pueblo.

Si queremos que la cultura zapoteca sobreviva y se fortalezca, debemos ser fieles a los principios que nos heredaron nuestros abuelos. Lo tradicional en el zapoteca es la manera en que hemos sabido aprovechar las ventajas del mundo, y la forma en la que nos adaptarnos. Por algo, entre las mejores comerciantes del orbe, se encuentran las zapotecas. Sigamos su ejemplo.