Historias de Ta Jacinto Lexu II. El niño y el tlacuache

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario el domingo 28/Jul/2013]
 
Caminaba Ta Jacinto Lexu por las calles de Comitancillo en tiempos en que no había autobuses. Había partido de Ixtaltepec e iba con rumbo al Ojo de Agua. Un baño refrescante quería tomarse para sanar el cuerpo y aliviar su espíritu.

Mientras iba por la avenida principal vio a una comadre suya desconcertada por la petición que le había hecho su hijo menor. El niño de siete años había encontrado en un rincón de la cocina a un pequeño tlacuache. Gris era el animalito y a decir de su tamaño y de su timidez, parecía de unas pocas semanas. La mamá del chamaco quiso echarlo de la casa como primera reacción, pero él pidió a ruegos quedárselo. Y en eso estaban cuando llegó Ta Jacinto.

“Compadre ―le dijo la señora―, como usted ve, la casa no es muy grande y no quiero un animal que esté molestándome durante el día, pero aquí mi hijo está encariñado con este tlacuachito que apenas encontró en la mañana. ¿Qué me sugiere?”. Ta Jacinto que para todo tenía una opinión, le respondió: “Comadrita; apoco no sabe nada de nuestros dobles; de esos seres que acompañan a cada persona durante la vida”. La mujer todavía más desconcertada, le dijo: “Y qué tiene que ver con mi hijo y el animal ése”. Entonces Ta Chintu Lexu comenzó su relato:
 
“Dicen que cada zapoteca está ligado de por vida a un animal. Si la persona llega a morir, el ser al que en lengua didxazá decimos guenda, también sucumbe. Y si el doble muere primero, asesinado o en un accidente, la persona también fallece. Cuentan que los dioses de hace infinidad de generaciones determinaron que así fuera, para que nos viéramos obligados a cuidar de ellos. Porque, ¿sabe?, el día que los animales se acaben, se acabará la raza humana. Por eso es que cada uno de nosotros tiene un animal que lo acompaña. El mío, por ejemplo, es un conejo, y a eso debo mi apodo. El día que yo nací entró al patio de la casa un conejito de los que sólo hay en nuestra región; por tanto, mis abuelos afirmaron que un conejo sería mi compañero, y así comenzaron a decirme. Puesto que sé cuál es mi guenda, trato de no dañar jamás al conejo que me encuentre, no sea que por equivocación resulte mi doble. ¿Sabe usted cuál es el guenda de su hijo?”. Como la señora dio una respuesta negativa, él prosiguió: “Ya que no sabe qué animal es el acompañante de su muchacho, ¿se arriesgará usted a cometer una equivocación? Si echa al mundo a ese animal desvalido y éste pierde la vida, ¡quién sabe qué desgracia pueda ocurrir en su casa! En cambio, si le permite al niño quedárselo, con la condición de que lo cuide y lo alimente adecuadamente, ningún mal estará causando; por el contrario, no sólo habrá salvado la vida de un animal, sino que estará enseñando a su hijo a ser un poco más responsable”.

La señora salió de su duda, y decidió a favor del tlacuache y de su pequeño. Lo llamó y le dio la noticia; a lo que vino una reacción alegre del chamaco. Ambos dieron las gracias a Ta Jacinto Lexu por el consejo y éste siguió su camino con rumbo al manantial cristalino. Varios meses después aquél muchachito comenzó a ser apodado Bizi, como se le conoce hasta el día de hoy…