El pájaro xhahui y la niña de los quesos

Xhahui. Foto.- Tamara Almazán.
Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario el lunes 22/Abr/2013] 

El pájaro xhahui es modesto. No tiene pretensiones de águila, ni guarda los temores del gorrión. Es un ave libre que emprende el vuelo apenas despuntan los rayos al amanecer. El sol lo pone contento; alegra tanto su alma que festeja cada mañana con sus trinos.
     Supe de un xhahui que partió una tarde siguiendo el ocaso. Se había enamorado de una nube engañosa en forma de nido. Creyó encontrar su hogar con sólo seguirle el rastro y voló lejos. Agitó las alas tanto tiempo, que el sol le venció en su larga carrera, y aquella nube terminó por esfumarse. Se cansó más de lo que su pequeño cuerpo podía soportar. Esa noche durmió en paraje desconocido. A la mañana siguiente un cazador dio con él y lo atrapó. El pajarito cayó prisionero, sin su nube, sin sol y sin la inmensidad de los rumbos por donde siempre voló.
     Beeu era una mujer melancólica que de niña fue muy alegre. En aquellos tiempos  iluminaba todo con su radiante sonrisa. Sus amigos la querían en demasía; y sus padres, y sus hermanos... A ella le gustaba salir todas las mañanas a vender quesos que su madre cuajaba con la leche que su padre había ordeñado. Con sólo acercarse a una casa y gritar: “¡va a querer queso!”, alegraba a los vecinos que se reían de su peculiar manera de anunciar lo que mercaba.
     Un mal día, Beeu ahogó su sonrisa y opacó sus ojos. Dejó de ver bello el mundo y entristeció el semblante. Cambió sus modales; ensombreció su alma. Se volvió desobediente. Por las noches lloraba ante el menor pretexto. Su abuela intuyó lo que le sucedía y decidió poner remedio a los males de la muchacha; así que partió un día jurando no regresar hasta traer la solución consigo.
     Y una tarde volvió la anciana. Llegó más encanecida y con las facciones todavía más cansadas. En las manos sostenía un objeto cubierto con una tela blanca. “Toma, xhunca, es mi regalo. Haz con él lo que desees”. Beeu destapó el obsequio y miró lo que contenía: era una jaula con un bonito pájaro de cola larga. Entonces instintivamente abrió la rejilla, y el xhahui que estaba dentro echó a volar.
     Desde entonces a Beeu le regresó la sonrisa. ¡Y cómo no!, si el ave que era su guenda [nahual], guardó su alma cuando cayó prisionera. Por eso la Niña Luna había sido tan melancólica…