En el principio del tiempo: orígenes de los zapotecas



Por Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el sábado 16/Feb/2013] 

“Toda obscuridad era cuando nacieron los zapotecas. Brotaron de los viejos árboles, como la ceiba. Del vientre de las fieras nacieron, como el jaguar, el lagarto”. Así describe Macario Matus, gran pensador binnizá, el origen de nuestra estirpe, el comienzo de nuestra historia.   

¿De dónde provenimos los zapotecas? ¿Qué mítica ciudad nos vio nacer? A diferencia de casi todas las naciones mesoamericanas, los zapotecas no tenemos un referente espacial. No hay una fabulosa Aztlán ni una gran Tula de la que hayamos partido. Antes de nuestras ciudades no existieron magnas urbes; antes de nuestros grandes templos en San José Mogote, no se construyeron pirámides.
 
Los zapotecas somos uno de los pueblos vivos más antiguos del continente americano. Poseemos un registro histórico de cuando menos tres mil años. Y desde tiempos prehispánicos los habitantes de las comunidades binnizá se jactaban de su antigüedad y nobleza. “Antes de los aportes científicos de nuestros sabios, no hubo ciencia”, pudo hacer dicho un zapoteca de antes, que hoy llamaríamos binnigula’sa’. Por eso es que nuestros mitos de origen nos brindan una explicación sencilla: si durante la aparición de los zapotecas en la historia, no había otros pueblos civilizados, ¿de dónde habríamos de provenir si no de las nubes, de las raíces de los árboles, de los peñascos, de la naturaleza toda?
   
En nuestro devenir histórico, el pueblo zapoteca fue capaz de construir un sistema político centralizado, que permitió sentar las bases de un desarrollo material importante. Una entidad estable que estaba obligada a proteger a sus habitantes frente alguna posible amenaza, y que permitía, además, la especialización de una élite social constituida principalmente por sacerdotes y gobernantes (que generalmente eran la mismas personas). Éstos tenían el deber de rendir culto a nuestras deidades y ―más importante todavía―  tuvieron que mirar el firmamento, registrar sus observaciones y diseñar diversos sistemas calendáricos.
 
Para registrar el ciclo constante de los astros requerían de un medio. La escritura nació, entonces, como una necesidad imperiosa, que permitió también llevar un registro de las ciudades sometidas y de los tributos que habrían de entregar. Escritura y calendario fueron dos grandes mecanismos para el desarrollo de los pueblos que vivieron hace más de dos mil años. Ambas son aportaciones zapotecas.
   
Los binnizá podemos empezar a llamarnos así desde que construimos nuestra primera ciudad, con sus templos, su juego de pelota, y su clase gobernante. Desde que tuvimos capacidad de organizarnos para ir creciendo paulatinamente. Y esto ocurrió hace aproximadamente tres mil años, en un pequeño pueblo que hoy se llama San José Mogote, en la región de Valles Centrales. En dicho lugar están las pruebas arqueológicas de nuestro origen. El basamento piramidal más antiguo de nuestra estirpe también se encuentra allí, junto con uno de los primeros glifos escritos del continente americano, que representa el símbolo Xu (‘Terremoto’).
   
De la pirámide que se halla en Mogote se alcanza a ver claramente el cerro en el que cientos de años después de construiría Dani Beedxe’ (‘Montaña del jaguar’), que hoy conocemos como Monte Albán, y que permitiría que nuestra etnia binnizá se desarrollara y expandiera a grados hasta entonces desconocidos. Baste por lo pronto esta información. En posteriores entregas iremos narrando, poco a poco, los acontecimientos de nuestro pueblo, la historia de Guidxizá, la Patria Zapoteca.