Sobre la necesidad de conocer nuestra historia

Panorámica de Guiengola / Fotografía.- Cristian Tónchez Orozco
Por Gubidxa Guerrero

Todos saben de los egipcios o de los griegos. Alguna información tenemos acerca de China antigua, o del Imperio Romano. También poseemos datos elementales sobre los incas, los mayas o los aztecas. Ni qué decir de la historia de los Estados Unidos, de Europa, o de las guerras mundiales.
   
Cada pueblo, al menos en teoría, investiga, sistematiza y promueve su propia historia. La transmite celosamente a las nuevas generaciones, para que con ese conocimiento se forje un espíritu colectivo de pertenencia y de amor por lo propio. Para que de esta manera, las metas que cada nación se trace sean más factibles a la vista del devenir en el tiempo.   

Sin embargo, hay países que no constituyen un solo pueblo. Existen entidades jurídicas o Estados ―reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU)― que tienen dentro de sí numerosas naciones. Tal es el caso de México; país que surgió al independizarse el Virreinato de Nueva España por disputas entre las élites españolas, de origen americano, con las élites llamadas peninsulares.
   
Pero antes de la creación de Nueva España, existieron diversos pueblos en la zona que hoy ocupa México, diversas naciones con dinámicas propias, con sus particulares intereses, independencia y objetivos definidos. Éstos eran ‘países’ que se aliaban o guerreaban entre sí. Cada uno con su propia lengua, con su propia tradición, y con su particularidad histórica. Evidentemente, se daban préstamos culturales de un pueblo a otro, había alianzas matrimoniales, o similitudes en muchos otros terrenos, tal como sucede en todas las sociedades del mundo.
 
Sin embargo, en el siglo XVI todas estas naciones pasaron a ser súbditas del Rey de España, perdiendo con esto no sólo su soberanía, sino muchos otros elementos que habían atesorado y desarrollado por milenios: calendario, religión, ciencia, arquitectura...
   
Dentro de estos países prehispánicos, uno de los más destacados fue el de Guidxizá, conocido convencionalmente como el Reino Zapoteca. Los binnizá, cuyo origen se remonta a cuando menos tres milenios, jugaron un rol destacado en la invención del primer sistema de escritura mesoamericano; asimismo, desarrollaron un sistema calendárico y arquitectónico propios. Manos zapotecas construyeron las primeras pirámides en la forma que hoy conocemos.
   
Los zapotecas acopiaron y trasmitieron su historia, como hace cualquier pueblo. Pero después de la conquista española, y de la creación de Nueva España, los zapotecas se encontraron imposibilitados para seguirla divulgando por los medio escritos (estelas, códices), y se vieron obligados a utilizar como principal herramienta la oralidad; de abuelos a nietos, de voz a voz.
   
Con la independencia de México surgió una nueva entidad jurídica, nació un país con fronteras, leyes y objetivos aparentemente comunes. Los gobernantes del Estado mexicano decidieron impulsar una política de “integración”, que consistió en desaparecer todo vestigio de pluralidad. Las etnias de origen prehispánico estorbaban a la idea de “unidad nacional”. Se intentó, pues, borrar su memoria, desaparecer sus lenguas, matar sus peculiaridades. Desde el poder, se buscó por todos los medios desaparecer al “indio”, para dar paso al “mexicano”; un ser “mestizo” que sólo hablara español.
   
Dentro de las políticas que se impulsaron, estuvo la de homogeneizar todo el sistema educativo, desde Sonora hasta Chiapas. De este modo, un yaqui del noroeste, aprende en sus lecciones de historia lo mismo que un maya de Yucatán o un zapoteca del Istmo de Tehuantepec. Por decreto, todos somos “iguales”, olvidando que cada grupo humano tuvo su propia dinámica que le dio personalidad a lo largo de muchos siglos.
   
Y llegamos a la triste situación en que nos encontramos hoy: muchos zapotecas no somos capaces de saber de dónde venimos y cuál ha sido nuestro caminar. Somos un pueblo, una nación, que no posee los mecanismos formales para transmitir su conocimiento histórico. Lo que es muy lamentable, pues la historia milenaria de nuestro pueblo, desde sus primeros tiempos, nos resulta desconocida.
   
Desafortunadamente muchos estudiantes de escuelas extranjeras conocen más acerca de nuestra cultura e historia, que un zapoteca con sangre noble en sus venas. Y esa es la situación que debe revertirse. Los binnizá tenemos el derecho de acceder al saber de nuestro pasado, pero ese derecho no será ejercido si antes no tomamos consciencia de su necesidad. Por ello el esfuerzo, por ahora, debe encaminarse a crear consciencia de la importancia de nuestra propia historia. Por eso debemos difundir, en la medida de nuestras posibilidades, parte de lo que aconteció, “porque en la historia de nuestros pueblos están las lecciones para transformar nuestro presente”, como dice la frase que acompaña a la Campaña por la Memoria Histórica Zapoteca del Comité Melendre.
   
Hagamos posible que el amor que tuvieron nuestros abuelos por la patria zapoteca, por el diidxazá, y por cada metro de tierra, renazca. Que nuestros mares, montañas, pueblos y ciudades, vuelvan a florecer. Intentemos recuperar el esplendor que tuvimos durante varios milenios. Es nuestro deber. Por la Unidad Zapoteca.